Manifiesto

Somos un grupo de cinco mujeres creativas que estamos cansadas del sistema de mercado imperante. Tenemos una larga trayectoria en creación literaria, el mundo editorial y el mundo audiovisual, aunque parece que no acabamos de «encajar» en el sistema de mercado actual. Hemos reflexionado sobre ello y, después de llegar a algunas constataciones y conclusiones al respecto (que hacemos constar en este manifiesto) hemos decidido realizar un experimento, consistente en sacar adelante nuestros proyectos creativos a nuestra manera, de un modo honesto, solidario y comunitario, regresando, de alguna forma, a la transmisión original entre quien crea y quien recibe la creación (o cocrea).

manifiesto
Deshumanización del mercado

Nunca antes un/a escritor/a se ha parecido tanto a un/a obrero/a de la construcción, ni un libro a una hamburguesa del Mc Donald’s

El mercado capitalista ha llegado a un punto de deshumanización tal que es muy difícil la comunicación a nivel humano entre quienes crean, la empresas intermediarias y quienes reciben (o «consumen») la creación. En lo que concierne al mercado editorial, por ejemplo, muchas editoriales no se leen las obras que reciben (si es que están abiertas a recibirlas, que muchas veces ni eso), pero es que en ocasiones ni siquiera se leen las que editan, sino que se atienen al consejo de las agencias literarias o tienen a personas subcontratadas para que realicen una selección con un criterio puramente comercial. El escritor o la escritora a menudo es visto por el editor/a como un robot o, como máximo, como una vaca lechera a la que se puede ordeñar hasta la extenuación, no solo en cuanto a la escritura, sino en cuanto a la promoción de su propia obra, aparición en redes, etc. Nunca antes un/a escritor/a se ha parecido tanto a un/a obrero/a de la construcción, ni un libro a una hamburguesa del Mc Donald. Hemos «normalizado» una situación que no es en absoluto normal: ausencia de respuesta a los mensajes, cartas tipo frías y distantes, intermediarios sin fin y, en el mejor de los casos, explotación. Esto en cuanto al mercado editorial, pero valdría también para el mundo del cine, de la música o cualquier otro arte. ¿Realmente merece la pena introducirse en esa enorme maquinaria que engulle tanto a quien crea como a quien recibe la creación, pasando por todos los que están en el medio?

Todo se mide en base a la rentabilidad del producto

Dado que —bajo el sistema económico imperante— en un negocio (y todas las empresas que mediatizan la creación son un negocio) todo se mide en base a la rentabilidad del producto que se vende, la calidad y la originalidad de las creaciones han pasado al último lugar en los criterios de selección para su salida al mercado. En el caso de la mayoría de las editoriales (el que mejor conocemos), los principales criterios que se observan son, en este orden:

  1. Si el/la autor/a tiene publicados libros con anterioridad, en qué editoriales y con qué volumen de ventas.
  2. La profesión del autor/a y relevancia en dicha profesión (dando prioridad a profesiones tales como las de periodista, youtuber, actor o actriz o presentador/a de televisión).
  3. Presencia del autor/a en redes sociales.
  4. Número de miembros en la lista de contactos del autor/a.
  5. Carisma del autor/a, capacidad para venderse y poder de convocatoria.
  6. Que la temática de la obra esté de moda y/o sea epatante.

Quien escribe la obra es el último mono

En el actual mercado editorial (pero insisto, esto es algo que se puede observar en cualquier mercado artístico) el/la autor/a de una obra se lleva (en el mejor de los casos) el 10% del precio de venta al público, mientras que la editorial se lleva alrededor del 30%, la distribuidora alrededor del 30% y el punto de venta alrededor del 30%. Es decir, quien crea la obra es el último mono, mientras que quienes hacen negocio con su creación se reparten el pastel, en muchos casos haciendo creer al/a creador/a, además, que le están haciendo un favor. Que la distribuidora (la empresa de transportes, por decirlo claro) se lleve un 30% de la tajada resulta altamente chocante, y es la razón por la que muchos grupos editoriales se han convertido también en sus propios distribuidores. Por otra parte, bastantes editoriales incumplen sus propios contratos de edición y, una vez pagado un adelanto al/a la autor/a, no le remiten los extractos de ventas trimestralmente ni le vuelven a pagar nada en concepto de derechos de autoría. Y esto cuando no se le pide al autor/a que pague directamente la edición completa o parte de ella (bajo la denominación de autoedición o coedición), convirtiéndolo así en otro consumidor más, que paga a un intermediario (la editorial) para la obtención, a su vez, de consumidores de su obra. Esto dice mucho del valor que se da a la creación en este sistema, en que lo que importa es el consumo rápido más que la profundidad y trascendencia del mensaje. En estas condiciones, lo que siente quien crea es que está hablando solo o hacia un muro de hormigón.

Hoy en día cualquier obra literaria llega a manos del lector como un pájaro —si no muerto— agonizante

Una cadena de montaje es una modalidad de producción basada en la diversificación y en la separación de las diversas etapas que conforman cualquier proceso de producción. Así que podemos decir que el mercado artístico se ha convertido en una cadena de montaje bastante robótica en la que la materia prima original (la creación) va pasando de mano en mano a través de muy diferentes departamentos e intermediarios (que no están interconectados) hasta llegar al último eslabón (el/la lector/a, espectador/a, etc.). A lo largo de esa cadena de montaje, cada departamento o intermediario mira y trata la creación de una manera diferente (desconectada del resto), pero siempre con una mirada y un trato sujetos a criterios comerciales, y no creativos, humanos ni espirituales. Esto quiere decir que, incluso cuando hay buenas intenciones por parte de los eslabones de la cadena, a lo largo de ese proceso regido por la rentabilidad es muy probable que se hagan muchas cosas que entren en abierta contradicción con el mensaje de la propia creación, lo que es un poco como robarle el alma. Lo normal es que hoy en día cualquier obra llegue a manos del receptor como un pájaro —si no muerto— agonizante, lo cual dificulta muchísimo el acto de transmisión entre quien crea y quien cocrea. Ambos extremos de la cadena (que, al final, son los que verdaderamente importan) quedan desconectados y alienados.

El canal de información se corrompe

Al existir demasiados intermediarios entre quienes crean y quienes cocrean, y unos procedimientos muy estandarizados y falseados de producción, promoción y venta, es muy difícil que una creación se encuentre con las personas que sabrían apreciarla. Cuando una obra —una obra de verdad— se crea, es porque hay hueco en el mundo para ella, porque algo la llama a ser creada. Eso quiere decir que también hay unos receptores idóneos para esa obra. Cuando en el medio se interponen tantos intermediarios (solo pendientes del dinero) totalmente ajenos a esa ley natural, el canal de información se corrompe y muchos «productos» acaban pudriéndose en las estanterías, en los almacenes, o directamente en el disco duro de quienes los compusieron, sin posibilidad de llegar a esas almas para las que fueron creados, lo cual es una verdadera pena y no favorece a nadie.

A veces las obras ni siquiera llegan a eclosionar

Una consecuencia de lo anterior es la saturación del mercado. Es como si hubiese una necesidad brutal de que salga a la luz la verdad (porque el auténtico arte siempre apunta a la verdad), pero toda esa fuerza e impulso se pierde por el camino. Es como esas tortugas que ponen muchos huevos en la playa, y cuando salen las recién nacidas y corren hacia el mar, son comidas en su mayoría por las gaviotas. Se necesitan muchos huevos (nunca mejor dicho) para que la especie no se extinga. A veces las obras ni siquiera llegan a eclosionar, pues las propias personas que las crean están demasiado ansiosas, deprimidas o desanimadas, o son demasiado impacientes, o tienen demasiadas dificultades internas para aprender el oficio o para conectarse con la fuente de creación. O si logran superar todo eso, y sale una obra decente, hay tantas dificultades por el camino que lo más posible es que no llegue a ser vista ni por sus seres queridos. O si logra que salga a la luz, lo normal es que agonice cinco días en los puntos de venta antes de ser devuelta al canal de producción, donde muere. O si logra venderse un poquito, lo normal es que sea aplastada enseguida por la siguiente obra (exigida por la ordeñadora mecánica), que tiene más posibilidades todavía de agonizar y morir. Y así. Nos quejamos de la saturación del mercado, pero es que es el propio mercado el que propicia —por no decir que impone— la saturación.

El sistema de mercado crea un cortocircuito en la transmisión del mensaje

Toda buena creación lleva en su interior un mensaje de liberación y cambio. Quien crea atraviesa sus miedos y patrones a través de su arte, que le ayuda a ser valiente, trascender el afán de control y lanzarse a volar por un espacio libre de coordenadas. Pero no solo atraviesa sus propios patrones, sino también los de la humanidad y, desde luego, los de los potenciales consumidores. Nadie —ningún artista verdadero, me refiero— crea para su propio ombligo. El arte es un acto de cocreación, y por eso es tan importante para la salud del propio sistema de transmisión que ambos extremos se encuentren. Sin embargo, el sistema de mercado crea un cortocircuito en la transmisión del mensaje. Si para hacer llegar un mensaje de liberación de patrones has de sumergirte en una cadena de montaje llena de automatismos y alienación, tienes que volverte un especialista en marketing y falsedad, convertirte en community manager, lamerle el culo a las editoriales, soportar abusos, ponerle la zancadilla a tus otras/os amigas/os escritoras/es, publicar las mejores fotos en la playa, tener un trabajo que te dé de comer y por las noches dedicarte a crear… ¿qué mensaje crees que le llegará a quien recibe la obra?

¿Es realmente necesario meternos en un círculo vicioso en el que no queremos estar?

Nos creemos que todo esto es inevitable. Internet está plagado de creadoras/es amargadas/os, editoras/es amargadas/os, productoras/es amargadas/os, libreras/os amargadas/os, agentes literarias/os amargadas/os, incluso distribuidoras amargadas. Como si no pudiésemos hacer nada ante ello. El sistema es así y ya está, como si el sistema fuese papá, que nos dice que nos vayamos a la cama y nosotras/os obedecemos, o un ogro que hace guardia a la puerta de nuestra casa y nos impide salir. Pero, ¿realmente no podemos hacer nada? ¿Cómo va a ser inevitable convertirnos en unos desalmados? ¿Es realmente necesario meternos en un círculo vicioso en el que no queremos estar? Total, ricos no nos vamos a hacer con nuestro diez por ciento de mierda…

Queremos mantener limpia la línea de transmisión entre quien escribe y quien lee

En conclusión: este sistema no funciona se mire por donde se mire, y seguir el circuito de la degradación no parece ser lo más saludable ni lógico. Parece más conveniente volver sobre nuestros pasos y plantearnos si puede haber alguna alternativa que nos lleve a una coherencia de base. La coherencia de base tiene que ver con mantener limpia la línea de transmisión entre quien crea y quien cocrea. No es cuestión de volver a la Edad Media, en la que tampoco eran muy coherentes los procesos que digamos, pero sí podemos plantearnos hacer las cosas de otro modo, sacarnos de encima el mayor número de intermediarios posible y propiciar una línea de acciones basada en la cooperación entre seres humanos, poniendo ahí la atención en lugar de ponerla en los beneficios y ventas finales. La experiencia que queremos proponer con La Voz Interior consiste, pues, en sacar a la luz nuestras creaciones cuidando que cada paso que demos esté en armonía con su contenido, con nuestra visión y con nuestros principios. No vamos a montar un negocio ni una empresa al uso, sino un modelo de producción colaborativo experimental que eleve el nivel de conciencia actual en los procedimientos, de manera que las creaciones acaben llegando, de un modo orgánico y honesto, a quienes tengan que llegar. A lo mejor solo llegan a diez personas, pero sabremos que a esas personas les llegará un mensaje limpio, sin distorsiones, y no corrupto.

El propio proceso nos enseñará el camino que hemos de seguir

El camino que emprendemos con La Voz Interior tiene que ver con volver al origen sagrado de lo creativo). Es decir, la propia creación florece (a través del artista) para gozarse a sí misma (a través de quien la disfruta). Nuestra labor es tratar de mantener ese campo de cocreación lo más limpio posible de distorsión, para que la liberación y la trascendencia consustanciales al arte se hagan posibles. Creemos que se impone la necesidad de un ecosistema sano para las/los creadoras/es emergentes, pero eso solo es posible si nos bajamos del tíovivo alienante del mercado capitalista actual. Para poder realizar este experimento nos apoyaremos en un grupo de mujeres que llevamos muchos años trabajando juntas la relación con nosotras mismas, los vínculos entre unas y otras y la superación de nuestros patrones relacionales dañinos. En este momento, creemos que podemos afrontar un proyecto de estas características. Nos surgirán muchos retos, pero precisamente ese es el aprendizaje que queremos emprender, porque —independientemente del resultado— el propio proceso nos enseñará el camino que hemos de seguir.

El éxito del proyecto no lo mediremos por el dinero que ganemos o por las ventas, sino por la consecución de nuestros valores

El éxito de este proyecto colaborativo no lo mediremos por el dinero que ganemos o por las ventas, sino por nuestra capacidad de regirnos por los siguientes valores:

  • Coherencia entre medios y fines.
  • Igualdad y horizontalidad.
  • Respeto a los ritmos creativos.
  • Cuidado, escucha y honestidad en los vínculos.
  • Transparencia y autenticidad en la comunicación.
  • Reivindicación de la pureza en la transmisión del mensaje artístico.
  • Comunidad
  • Compromiso
  • Honestidad