Nunca antes un/a escritor/a se ha parecido tanto a un/a obrero/a de la construcción, ni un libro a una hamburguesa del Mc Donald’s
El mercado capitalista ha llegado a un punto de deshumanización tal que es muy difícil la comunicación a nivel humano entre quienes crean, la empresas intermediarias y quienes reciben (o «consumen») la creación. En lo que concierne al mercado editorial, por ejemplo, muchas editoriales no se leen las obras que reciben (si es que están abiertas a recibirlas, que muchas veces ni eso), pero es que en ocasiones ni siquiera se leen las que editan, sino que se atienen al consejo de las agencias literarias o tienen a personas subcontratadas para que realicen una selección con un criterio puramente comercial. El escritor o la escritora a menudo es visto por el editor/a como un robot o, como máximo, como una vaca lechera a la que se puede ordeñar hasta la extenuación, no solo en cuanto a la escritura, sino en cuanto a la promoción de su propia obra, aparición en redes, etc. Nunca antes un/a escritor/a se ha parecido tanto a un/a obrero/a de la construcción, ni un libro a una hamburguesa del Mc Donald. Hemos «normalizado» una situación que no es en absoluto normal: ausencia de respuesta a los mensajes, cartas tipo frías y distantes, intermediarios sin fin y, en el mejor de los casos, explotación. Esto en cuanto al mercado editorial, pero valdría también para el mundo del cine, de la música o cualquier otro arte. ¿Realmente merece la pena introducirse en esa enorme maquinaria que engulle tanto a quien crea como a quien recibe la creación, pasando por todos los que están en el medio?